Un museo
para el río, América y la historia de la ciudad “Diario de Sevilla”
Un museo para el río, América y la historia de la
ciudad
El autor expone argumentos por los que la capital andaluza debería convertir las Atarazanas de Sevilla en “un espacio cultural vivo, para un río Guadalquivir con mucha vida” ¡Cambio de rumbo en las Atarazanas de Sevilla!
Recientemente he podido leer en este periódico que la Junta de Andalucía pretende que las Reales Atarazanas acojan un gran museo de arte contemporáneo. Aunque considero que hay otros espacios históricos, como la Real Fábrica de Artillería, más acordes, incluso cuando ya existe un museo específico dedicado a dicho arte que, precisamente, está en ampliación, no quiero entrar en polémica. A pesar de ello, y a tenor de las recientes declaraciones del arquitecto José García-Tapial, ¿qué hay de un museo dedicado a la historia Sevilla, América y el Guadalquivir? El antiguo astillero medieval sería un magnífico espacio cultural vivo, para un río con mucha vida, aunque durante décadas sus aguas nos han ofrecido la imagen del paralítico o inválido de Chapina; al borde de la piscina probiótica.
Sevilla primero perdió el río americano, y con él al Nuevo Mundo,
para luego, en la década de los cincuenta, el río que pasaba por Sevilla. Desde
el mencionado desaterramiento de Chapina, a principios de los noventa, nuestra
ciudad ha querido relanzar su matrimonio con el Guadalquivir, por eso en estas
líneas defendemos, con ilusión, el museo del río y la ciudad. Se trata de una
solución moderna para un viejo problema: Sevilla no cuenta con un espacio sobre
su historia. Es una oportunidad para demostrar una sensibilidad e imaginación,
de la que carecieron otras generaciones.
Conviene recordar que nuestra ciudad, al igual que Venecia, año
tras año se desposaba con el océano. Lo hacía cada vez que zarpaban o
regresaban las flotas de la carrera de Indias. El río entonces se hacía mar, y
la mar río para que la ciudad rezumara universalismo y exotismo. Parte, y muy
importante, del pretérito sevillano es la de sus relaciones con América,
iniciadas cuando Colón llegó a ella en 1493 procedente de sus Indias. Esa
ciudad del ayer, esa “ciudad perdida, pero a veces más espléndida que la que le
siguió”, tal como escribe John Rusin de Venecia, carece de un museo histórico.
Uno de esos pasados “muy presentes” ahora es el de la Sevilla
americana, de la cual fue vena nutricia el Guadalquivir, “el más americano de
los ríos” en la consideración del mexicano Carlos Pereyra. En sus orillas, al
costado del denominado “compás de las naos”, se alzaron las atarazanas
levantadas por Alfonso X en el siglo XIII; 16 naves que fueron el más
monumental arsenal castellano del medievo. Convertidas en almacenes durante el
XVI para guardar los productos que carabelas, galeones, etc., acarreaban desde
lejanas tierras, se vieron enfrentadas a un destino similar al de otras
construcciones. Es el caso de las Reales Atarazanas de Barcelona. Fueron como
las sevillanas edificio dedicado a la construcción y reparación naval, hasta
que en el siglo XVIII pierden su primitiva función y se les convierte en
maestranza de artillería, que, a su vez, y en 1866, pasa a ser parque de
artillería, hasta que en 1936 fueron entregadas a la ciudad.
El paralelismo con el astillero sevillano concluye aquí, ya que
los catalanes transformaron el suyo ese mismo año en el actual museo marítimo
de Barcelona, que inauguraron en 1941. Hoy dicho edificio alberga un
extraordinario museo cuyas salas, con los nombres de Jaime I, Roger de Lauria,
etc., exhiben un espléndido patrimonio de cultura marítima en el que sobresale,
cual prima donna, la galera real (en la foto). Se trata de una réplica, construida
entre 1968-1971 a tamaño real, de la nave capitana de don Juan de Austria en la
batalla de Lepanto (1571).
Con las salas de las atarazanas de Sevilla, disponibles y dado su
magnífico estado de conservación y que ahora mismo se está llevando a cabo su
restauración, es posible montar el mencionado museo del río y la historia de la
ciudad. Desde las bíblicas naves de Tarsis, pasando por Ramón de Bonifaz, hasta
llegar a los barcos de vapor de la Real Compañía del Guadalquivir y planes de
expansión del Puerto de Sevilla, corren capítulos de una historia fascinante.
Un pasado pendiente de plasmar en un museo monográfico.
Toda la historia del valle del Guadalquivir cabe en ese espacio:
el devenir del cauce, la sucesión de culturas aposentadas en sus márgenes, sus
puentes, la flora y fauna de sus tierras y aguas, su economía, la evolución del
Puerto, la construcción naval… Llegados a este punto, ¿por qué no imaginarse,
cobijada por la grandiosidad arquitectónica del edificio, la primera réplica de
la nao “Victoria” (1991) o la draga “Genil” (1928) en una de sus naves?
Tampoco resulta difícil, después de exponer el proceso de
exploraciones oceánicas con base en Andalucía y el tráfico comercial con el
Nuevo Mundo, exhibir documentos, cartografía, libros e instrumentos para
evidenciar el significado y trascendencia de la Casa de la Contratación, o el
peso de sus muelles en la economía moderna de la provincia. Y si no fuera
porque existe el ejemplo catalán, siempre nociva referencia sevillana en un
indudable complejo, añadiríamos que el colmo lo constituirá un galeón atracado
junto a torre del Oro, en compañía de uno de los barcos a vapor que unían
Sevilla con Sanlúcar de Barrameda. Museo vivo, con una biblioteca especializada
y el correspondiente centro de investigación.
La necesidad y conveniencia resultan evidentes. El momento es
idóneo, con organizaciones y personalidades preparadas, científicas y con
pasión/dedicación, tales como la fundación Nao Victoria, con Guadalupe
Fernández Morente, o los catedráticos Pablo Emilio Pérez-Mallaína y Carmen Mena
García, entre otros muchos. Existe un edificio y modelo instalado en similar arquitectura.
Contamos con el contenido, ¿qué nos falta? ¿Quién más es como yo? Un soñador
para un río de oportunidades.
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