avvfénix.blogspot.com.es 10/06/2020
Cuento sobre la paz interior.
Fuente: Cuentos para aprender a prender.
www.mundoconsciente.es.
Tras muchos años de estudio, Ibrahím era capaz de
hablar y discutir sobre cualquier tema que estuviese relacionado con el sentido
de la vida. Conocía las últimas teorías científicas acerca del comportamiento
de la materia y, además dominaba las verdades reveladas de las diferentes
religiones del planeta.
En cualquier reunión en donde Ibrahím se encontrase,
todos los presentes comprobaban admirados que dominaba perfectamente el
arte de analizar cualquier asunto; sobre todo, si éste se refería a los
interrogantes más comunes de la humanidad, que él solía definir como:
¿A dónde vamos?
¿De dónde venimos?
¿Quiénes somos?
¿De dónde venimos?
¿Quiénes somos?
Sin embargo, Ibrahím sentía que no había encontrado lo
que realmente buscaba. No tenía paz interior y por más libros
que leía, sabía que algo sutil e importante faltaba para calmar la sed que su
corazón padecía.
Muchas veces se preguntaba: ¿”De qué me sirve haber
repasado las bibliotecas más prestigiosas y haber escuchado a los sabios más
renombrados, si no me siento conectado con la paz profunda de la que hablan
todos los textos”?
Llego un día en el que Ibrahím se dijo: “Iré en
busca del Maestro Interior de quien también se dice que se halla en lo
más recóndito de mi Ser, para lo cual iniciaré un largo viaje y, a lo largo de
las experiencias no casuales que espero vivir en el transcurso del mismo, se
revelará lo que busco”.
Así que sin pensárselo más, partió hacia el Este en un
despejado amanecer de primavera.
A los tres días de viaje, se encontró con un
monje derviche que caminaba como él en la misma dirección. Al poco,
éste habló y dijo:
¿”Quién eres y adónde te diriges”?
“Yo soy Ibrahím y soy un peregrino que busca el
Maestro Interior”
A lo que el derviche contestó
“Yo soy El-Faith y caminaré contigo”
“Pero… ¿Puedes tú ayudarme a encontrar el maestro
Interior”? dijo Ibrahim.
A lo que el derviche respondió: “En muchos casos, el
encuentro con el Maestro Interior depende de como se transforme el
conocimiento teórico en experiencia, y, eso es algo que, a veces y, en
parte, puede ser señalado por un compañero”.
Al rato llegaron junto a un roble que se balanceaba de
manera algo extraña. El derviche se detuvo y a los pocos instantes dijo:
“Mira ese árbol. Parece estar diciendo: Algo me está
lastimando, ¡Deteneos un rato y quitadlo de mi costado de manera que pueda
encontrar reposo!”
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“Bah, tenemos prisa”, dijo Ibrahím con cierto desdén. “Además, ¿desde cuándo los árboles se comunican con los hombres?”
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“Bah, tenemos prisa”, dijo Ibrahím con cierto desdén. “Además, ¿desde cuándo los árboles se comunican con los hombres?”
A las pocas horas de camino, el derviche dijo: “Cuando
nos encontrábamos cerca del roble creí haber olfateado miel. Puede que la causa
de tal olor sea un panal de abejas salvajes construido en un costado del
árbol.”
“Si eso fuera cierto”, dijo Ibrahím. “Volvamos de
prisa para recoger toda la miel que podamos, tal delicioso alimento no sólo
servirá para saciar nuestro apetito, sino que también podremos vender parte y
paliar los gastos del camino”.
Cuando llegaron nuevamente hasta el roble, vieron que
otros viajeros habían ya descubierto el panal y estaban gozosos de haber encontrado
cantidad tal, como para asegurar largo tiempo de marcha.
Ibrahín refunfuñó confuso y frustrado, pero en vista
de lo cual, siguió adelante en el camino.
Al poco tiempo, los dos hombres llegaron a una montaña
en cuya ladera se escuchaba un zumbido. El derviche aproximó la oreja al suelo,
y tras hacer una pausa, dijo:
“Debajo de nosotros hay millones de hormigas
construyendo una colonia. Ese zumbido es un pedido colectivo de ayuda. En el
idioma de las hormigas significa”: “¡Ayudadnos!, ¡Ayudadnos!, Estamos excavando
y nos hemos tropezado con rocas extrañas que detienen nuestro avance.
¡Ayudadnos a quitarlas de ahí!”.
El derviche continuó y dijo: “¿Deberíamos detenernos a
ayudar o tal vez prefieres que sigamos adelante? .
“Hormigas y rocas no son asunto nuestro hermano,
tenemos objetivos más importantes, pues yo por mi parte estoy buscando al
Maestro Interior.” Contestó Ibrahím.
“Como quieras”, dijo el derviche… “aunque se dice
que todas las cosas están relacionadas y supongo que esto no debe ser ajeno a
nuestras vidas”.
Ibrahím no prestó atención a lo que aquel viejo que le
acompañaba decía ente dientes, así que siguieron el camino.
Pasadas unas horas, de pronto Ibrahím se dio cuenta de
que había perdido su cuchillo.
“Debe habérseme caído cuando me agaché cerca del
hormiguero”, dijo.
Así que volvieron sobre sus pasos buscando el
cuchillo. Al llegar nuevamente al hormiguero no encontraron ni rastro del
mismo, pero lo que sí encontraron fue a un grupo de personas, descansando junto
a una enorme pila de monedas de oro que exclamaban con júbilo:
“¡Mirad este tesoro que acabamos de desenterrar!
Estábamos descansando en este lugar del camino cuando de repente, un anciano
derviche, por cierto muy parecido al que te acompaña, nos dijo: Cavad en este
lugar y encontraréis aquello que es roca para unos y oro para otros.”
Ibrahím maldijo su suerte. “Si hubiéramos apartado la
piedra del hormiguero, tú y yo habríamos sido ricos “¡Maldita sea!”
A los pocos días de travesía, llegaron a orillas de un
río. El derviche se detuvo y mientras se hallaban sentados esperando a la balsa
que se disponía a cruzarlos, un pez emergió varias veces, boqueando en
dirección hacia ellos.
“Este pez”, dijo el derviche, “nos está enviando un
mensaje que dice: Me he tragado una piedra, agarradme y dadme de comer aquella
hierba”, dijo el derviche señalando unas matas, “así podré vomitarla y
encontrar alivio. ¡Caminantes tened piedad!”
En ese instante apareció la balsa que se disponía a
cruzarlos e Ibrahím, impaciente por seguir adelante, empujó al derviche dentro
de ella diciendo apresurado. “¡Crucemos! Al fin y al cabo, los peces no son
asunto nuestro”.
Una vez en la otra orilla, el barquero se sintió
agradecido por la moneda recibida y les indicó un lugar cercano en el que
podrían pasar la noche.
A la mañana siguiente y poco después del amanecer,
encontraron al barquero diciendo alborozado a un grupo de personas: “En la
pasada noche ha pasado una estrella por mi vida. Sucedió que al llegar la hora
de retirarme a casa para descansar, aparecieron unos viajeros en la orilla
solicitando mis servicios. Y aunque mi jornada de trabajo había finalizado y,
además parecían pobres, me dije: Bueno, aunque sea por hacer la buena obra del
día y recibir el “Baraka”, decidiré ayudarles y realizar el servicio que me
solicitan. Pues bien, una vez realizado el cometido, de pronto vi que un pez se
había arrojado sobre unos juncos y trataba de comer una hierba curativa. Sentí
compasión por él y metí la hierba en su boca. Aquel pez a continuación vomitó
una piedra y se zambulló de nuevo en el agua. Ante mi sorpresa, aquel trozo de
roca luminosa era un perfecto diamante de incalculable valor.
Ibrahím enfurecido le dijo al derviche: “¡Eres un
demonio. Tu conocías los tres tesoros por alguna percepción oculta y, sin
embargo, en ninguna ocasión me lo confesaste! ¿Es eso verdadero compañerismo?
El anciano tan sólo miró a Ibrahím y sonrió con
lucidez y ternura.
En ese momento, la voz áurea de un poeta que cantaba
junto al río, llegó acariciando los oídos de los dos viajeros diciendo :
Llegará un día en que tras conocer y dominar
las aguas, los vientos, las rocas y el fuego
dominaremos para la Vida
las energías del amor
las aguas, los vientos, las rocas y el fuego
dominaremos para la Vida
las energías del amor
Ese día habremos despertado del gran sueño
y los astros bailarán la danza sagrada
que convierte el conocimiento en consciencia
y la consciencia en amor.
y los astros bailarán la danza sagrada
que convierte el conocimiento en consciencia
y la consciencia en amor.
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